martes, 13 de octubre de 2009

¿Pero tan pequeñ@s pintan?

Cuántas veces habré oído este comentario ...

Al intentar plasmar por escrito este trabajo, el trabajo realizado por los niños y las niñas de la clase estoy intentando romper una lanza más, se han roto muchas e importantes aunque parece que nunca suficientes, a favor del derecho de los más pequeños a ser tenidos en cuenta por lo que son y esto intento conseguirlo mostrando una pequeña parte de lo que hacen.

Lo que intento plasmar es lo que ha sido su capacidad para emocionarme a través de sus producciones plásticas, pues en ellas vertieron su ternura, su chispa, su llanto y su enojo, sus altibajos, sus incomprensiones, su timidez.

Me han emocionado con sus producciones plásticas con los resultados que obtenían, unas veces la sorpresa casi increíble de sus figuras como en el caso del ‘pavo real’, otras por la armonía del color o la delicadeza el trazo.

Disfruté con el proceso al sentir su curiosidad, su sorpresa, cómo miraban aquello tan raro entre sus dedos o como se iba un color para aparecer otro, todavía no se habían dado cuenta de que habían juntado dos o… ¡todos! (pavo real)

Ha sido un verdadero placer acompañarles en sus experiencias y poder sentir con ellos y ellas las sensaciones (el ‘repelus’, el asco por la textura o el gustito de lo suave…) y las emociones (inseguridad, coraje, enfado,…) y verlas salir a través de sus producciones que contemplaban con expresiones de todos los colores, en fin, una fiesta para la vista contemplar el resultado final.

A medida que experimentaban, la complejidad de los trazos aumentaba.

Ellos experimentaban y yo aprendía de su forma de hacerlo, es decir, había niños que solían utilizar un color y sólo ese, mientras que otros alternaban dos colores, todo esto lo hacían a lo largo de las semanas. Lo cual habla de su capacidad para elegir aquello que saben que desean.

También aprendieron a moverse por el papel: al principio hacían unas pequeñas y tímidas rayitas que con el correr del curso se convertirían en auténticas nubes de color.

A medida que han ido realizando aprendizajes en otros ámbitos del desarrollo los han ido mostrando en sus producciones plásticas.

curso 07-08

jueves, 1 de octubre de 2009

¿Fomentamos las agresiones?

Veíamos las noticias. Un nuevo caso de violencia de género se había cobrado la vida de otra mujer y la de su agresor que se había disparado a sí mismo. Mi amiga, con profundo dolor exclamó:
¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo estamos educando a nuestros hijos varones?


Aquellas preguntas se me quedaron grabadas. ¿acaso alguno de los niños que cada año pasaban por el aula, podría mañana ejercer violencia sobre su pareja? ¿De qué forma forma podía contribuir a evitarlo?

Desde entonces empecé a observar los episodios de agresividad habituales de la edad con otra mirada.

Hubo un curso que trabajaba con niños y niñas de un año de edad, a mitad de curso la mayoría caminaban solos.

Un día, estando en el aseo, oí un llanto de esos que te encogen el estómago. Miré por la ventana y vi que un niño le estaba dando con el pie en la cara a una niña que aún no caminaba sola. Reñí al niño y este sonrió con satisfacción.

Reñirle no produjo el resultado que esperaba, lo seguí intentando, finalmente tuve que salir corriendo para proteger a la niña.

Los siguientes días, siempre cuando estaba ocupada y no podía salir, se repetía la escena, pero ahora eran varios los niños que intervenían alternándose o juntos.

Habían aprendido que cuando agredían a esta niña que no se protegía, que se metía el dedito en la boca y lloraba para adentro, les prestaba toda mi atención, y me podían porque me sentía frustrada e impotente por no saber qué estaba haciendo para conseguir el resultado contrario al que buscaba.

Lo que más me impactaba de la situación era por un lado, la actitud pasiva de la niña durante las agrsiones de sus compañeros y por otro, la sonrisa de satisfacción de los pequeños cuando les reñía.

Un día hice algo diferente, ignoré a los niños y interpelé a la niña: ¡No te dejes pegar! !no dejes que te hagan daño! ¡Basta ya! Era una orden, una orden contundente.

Todo en el aula se detuvo, se quedaron quietos y me miraban sorprendidos.
Esta vez los pequeños protagonistas no se reían, miraban muy serios a la niña y noté que se identificaban con ella.

Poco tiempo después estos episodios desaparecieron.

Comprendí que cada vez que 'salvaba' a la niña la estaba reafirmando en su rol de víctima a la vez que suscitaba los celos de sus compañeros y además les compensaba con mi atención.