jueves, 1 de octubre de 2009

¿Fomentamos las agresiones?

Veíamos las noticias. Un nuevo caso de violencia de género se había cobrado la vida de otra mujer y la de su agresor que se había disparado a sí mismo. Mi amiga, con profundo dolor exclamó:
¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo estamos educando a nuestros hijos varones?


Aquellas preguntas se me quedaron grabadas. ¿acaso alguno de los niños que cada año pasaban por el aula, podría mañana ejercer violencia sobre su pareja? ¿De qué forma forma podía contribuir a evitarlo?

Desde entonces empecé a observar los episodios de agresividad habituales de la edad con otra mirada.

Hubo un curso que trabajaba con niños y niñas de un año de edad, a mitad de curso la mayoría caminaban solos.

Un día, estando en el aseo, oí un llanto de esos que te encogen el estómago. Miré por la ventana y vi que un niño le estaba dando con el pie en la cara a una niña que aún no caminaba sola. Reñí al niño y este sonrió con satisfacción.

Reñirle no produjo el resultado que esperaba, lo seguí intentando, finalmente tuve que salir corriendo para proteger a la niña.

Los siguientes días, siempre cuando estaba ocupada y no podía salir, se repetía la escena, pero ahora eran varios los niños que intervenían alternándose o juntos.

Habían aprendido que cuando agredían a esta niña que no se protegía, que se metía el dedito en la boca y lloraba para adentro, les prestaba toda mi atención, y me podían porque me sentía frustrada e impotente por no saber qué estaba haciendo para conseguir el resultado contrario al que buscaba.

Lo que más me impactaba de la situación era por un lado, la actitud pasiva de la niña durante las agrsiones de sus compañeros y por otro, la sonrisa de satisfacción de los pequeños cuando les reñía.

Un día hice algo diferente, ignoré a los niños y interpelé a la niña: ¡No te dejes pegar! !no dejes que te hagan daño! ¡Basta ya! Era una orden, una orden contundente.

Todo en el aula se detuvo, se quedaron quietos y me miraban sorprendidos.
Esta vez los pequeños protagonistas no se reían, miraban muy serios a la niña y noté que se identificaban con ella.

Poco tiempo después estos episodios desaparecieron.

Comprendí que cada vez que 'salvaba' a la niña la estaba reafirmando en su rol de víctima a la vez que suscitaba los celos de sus compañeros y además les compensaba con mi atención.

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